El mapa es la base para trazar nuestro propio camino que nos llevará a adentrarnos en nuestra parte inconsciente y ponerle claridad. Aceptando quienes somos en nuestra completitud, estaremos más conectados con nuestra esencia (con lo que estamos destinados a ser) y tendremos más herramientas para desarrollarnos de forma más sostenible y armónica con la vida que queremos vivir.
La tendencia en nuestra sociedad es la de producir sin cesar y, encima, cuanto más ocupados estemos, mejor visto está. Nos hemos creído que cuanto más cosas y proyectos tengamos entre manos, mejor valorados estaremos, por eso repetimos constantemente como un mantra la frase "no tengo tiempo".
Ahora bien, ¿qué nos implica esto? Pues que hemos normalizado estar estresados, cansados, tener dolores crónicos corporales y quejarnos de los demás y cómo está la sociedad.
Aunque pensamos que somos libres de escoger, actuamos de forma automática mucho más de lo que pensamos. Como nos dice Bachrach, nuestros programas, que vienen condicionados por patrones familiares, creencias y costumbres culturales, nos condicionan inconscientemente un 90% nuestra forma de ser y encarar nuestra vida (como un iceberg). Y al ser tan arraigados, pasan a ser parte de nuestro ADN y no pensamos en cuestionarlo ("Bioneuromeción" de Enric Corbera y la epigenética que plantean varios científicos).
Es como si estuviéramos viviendo una pequeña porción de lo que somos mientras desconocemos otra gran parte nuestra.
El cirujano y conferencista Mario Alonso Puig nos explica cómo construimos nuestra percepción a través de la información que recibimos. Nos dice que el 20% es visual mientras que el 80% la construimos en base a nuestras experiencias, creencias y emociones. Por eso, ante un mismo hecho dos personas tienen vivencias diferentes.
¿Qué nos dicen estos datos? Pues que modificando nuestras creencias y gestionando nuestras emociones tendremos experiencias distintas que nos harán tener otras percepciones de la realidad.
¿Fácil? No, porque cambiar implica abrirse a situaciones desconocidas y nuestra tendencia es querer tenerlo todo bajo un supuesto control y quedarnos en nuestra zona conocida.
¿Posible? Sí, gracias a la plasticidad del cerebro que nos permite cambiar.
De hecho, la filosofía budista nos recuerda que "la vida es movimiento, lo único constante es el cambio, la vida es impermanente"(3).
En una sociedad que promueve el individualismo y la competencia, no nos es fácil reconocer que necesitamos ayuda y pedirla. Si lo hacemos, queremos que sea con una pastilla que nos solucione rápido el problema y que nos digan qué tenemos que hacer. Sin embargo, así sólo atendemos los síntomas y no encaramos las causas reales que subyacen en ese 90% de nuestro inconsciente.
Ahora bien, si nos permitimos un espacio para reflexionar, nos aparecerán sensaciones y preguntas (quizás un poco incómodas) que nos hagan dudar de nuestra zona conocida. Bienvenidas sean esas sensaciones que nos invitan a auto-observarnos. Alzar la mano y decir que no soy capaz de resolver mi malestar por mí sola, es un primer gran paso que denota humildad para querer mejorar quien estoy siendo.
Este camino es totalmente personal, no hay fórmula, no hay atajos y la respuesta la tenemos cada uno de nosotros dentro nuestro, sólo tenemos que revisar las excusas que nos tapan, abrazarnos y permitirnos cuestionarnos las creencias que nos limitan avanzar hacia nuestra mejor versión. Simplemente se trata de tomar más consciencia de quien estoy siendo.
Aceptar esto es muy poderoso.
De dentro hacia afuera.
Poner el foco en quienes estamos siendo, para ser el cambio que queremos ver en el mundo.
Desde esta mirada, te propongo que elijas la escala en la que quieres enfocarte para que te pueda acompañar.